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It's too late to change the events, it's time to face the consequences...

miércoles, marzo 30, 2005

Happiness

“Felicidad... es aquello que sentimos como felicidad”


Aquellos que escuchan Basta de todo saben de lo que hablo. Y en esa dicotomía de pensar si eso está bien o está mal, si se trata de un axioma complicado de refutar, y la no remota posibilidad de considerarlo una verdadera pavada, me hallo.


En realidad mi momento me halla así. Feliz sin motivo aparente. O con varios pequeños motivos aparentes. El vaso medio lleno, que le dicen. No porque haya un vaso medio vacío distinto al habitual, en absoluto. Tampoco pasa lo contrario: el vacío no se ha incrementado. Y no ha ocurrido nada superlativamente positivo que me haga cambiar la idea. Not by now.


Mi felicidad actual consta de varias diminutas partes. Quizá deba referirme a un rompecabezas de algunas piezas que estoy intentando armar. Y no lo completé, pero vislumbro el lugar correcto de cada una de ellas. Incluso sé cómo cerrarlo, independientemente de qué pieza elija para comenzar.


Amigos. Actividades. Vacaciones. Reuniones. Fotos. Sonrisas. Un par de acordes. Errores. Sí, hasta los errores forman parte de mi presente feliz. De mi felicidad. No completa, no absoluta, no definitiva (como si hubiera una felicidad definitiva en la vida de cualquier mortal). No, simplemente mi felicidad actual. Así, llana como se menciona, como se escribe en este teclado, a esta hora de la noche y con Pink Floyd de fondo, con un tono melancólico que “Wish you were here” le da a la noche, pero que no tiene mi vida actualmente.


Entonces, después de pensar las cosas, tan simples como inicialmente rutinarias que me hacen feliz hoy día, pregunto y me pregunto: ¿Hay motivo obligatorio para ser feliz? De maduro la respuesta sería un “no” tan contundente como corto y tajante. Y creo que no. No en este momento. Posiblemente tenga algo que ver con mi idea de principios de año de olvidarme de los problemas y hacer de este 2005 un tiempo un poco mejor, con alguna que otra risa más que las lágrimas que potencialmente se puedan contar en el piso y en los pañuelos.


Allí entonces me encuentro, en esa disyuntiva, ya casi resuelta, de tomar el “felicidad...es aquello que sentimos como felicidad” como algo totalmente incierto para mí...ya que hoy no sé qué es “aquello” que me hace feliz.


N. de la R.: El autor de este pequeño artículo se percató del mismo detalle del que usted ya se dio cuenta: nunca verá en ningún lado tantas veces escrita la palabra “felicidad”. Sepa disculpar la escasa creatividad.

miércoles, marzo 23, 2005

Papá a distancia

"Complicado, no?"

Eso es lo que me suelen preguntar. Y sí, es complicado. Jodido. Sí, la palabra es jodido. Bastante jodido.

Uno se pierde mucho, por no decir todo. Uno extraña mucho, por no decir todo. Escucho, siento, percibo. Todas y cada una de sus palabras, de sus ruidos, de sus gestos. Pero ni por asomo es lo mismo.

Y cuando estoy...¿qué actitud tomo? ¿Tengo la misma autoridad que los padres "normales" para decirle a algo que sí y a otra cosa que no? A veces asumo no saber cómo reaccionar, cuándo poner los límites, cuándo dar rienda suelta a su creatividad, a una cuota de riesgo que los chicos tienen en cada juego. Y hace algún que otro berrinche, y se reclina en mi hombro, y llora un rato, y ahí sí me siento papá.

Para ser papá a distancia no se hace ningún curso, para colmo. Nadie me dio un libro con instrucciones detalladas de qué decir, qué hacer, cómo acompañar y cómo hacerme presente cuando la ausencia domina. Al menos física. Sé que me siente, sé que "estoy"... pero tampoco me miento: a la vez "no estoy".

Darle besos a un micrófono de un teléfono suena entre loco y desubicado. Pero hoy es lo único que tengo. Creo que eso también me lo enseñó la distancia.

lunes, marzo 21, 2005

What to do and what to say...

Siempre me dijiste "no me digas nada".

Y yo no te hago caso.

¿Pero qué te digo? ¿Felicidades? ¿Estoy con vos? ¿Te doy un beso y te abrazo o te acaricio el pelo consolándote? ¿Festejo o entiendo? ¿Río o lloro?

Creo que lo mejor es vivirlo. Son 24 horas, asumidas o no, alegres o no, tristes o no. Sólo 24 horas, con millones de imágenes, propias y extrañas, todas mezcladas en ese random que muchas veces la cabeza suele hacer.

No sé qué decirte.

Una mirada seguramente diría mucho más.

viernes, marzo 18, 2005

First and down

El reloj marcaba las 23.55, o las doce menos cinco en la réplica porteña del Big Ben. Mi espera ya era casi eterna, o yo al menos la consideraba así. Lenta, progresiva, martirizante.

Apareciste. Me acuerdo que mi mirada de "estás un poco demorada, no?" creo que te asustó. Los pasajes no sabemos bien por qué lo elegimos hacia allá. ¿Qué tiene Tandil que no tenga otra ciudad? ¿Piedra movediza, Posada de los Pájaros? ¿Algo desconocido que nos llame la atención? No lo sabemos. Buscamos "algo tranquilo" para los cuatro. Por lo menos para mí, después de un año a puro trabajo.

Jeans los dos, Nahuel con esos pantalones de jogging que lo caraterizaban, Lucas dormido. Creo que ahí empecé a cantar "Stand by me", en ese viaje. Nos acomodamos como pudimos en esos tres lugares, uno adelante, dos atrás. Creo no haber dormido tan incómodamente ni placenteramente nunca en un colectivo, todo al mismo tiempo y formando parte del mismo combo gigante de felicidad.

Seis de la mañana. La nada misma. En Tandil se puede ver a mil metros de distancia nítidamente un domingo a las seis de la mañana sin obstáculo alguno que dificulte la visual. No cars, no people. Just nothing. Taxi, por favor, a un hotel tres estrellas, el que conozca. Esperame que averiguo, ¿cien pesos por día? Demasiado para nosotros. Yo conozco una hostería muy bonita, bueno llévenos, nos sale la mitad que el anterior, vamos. tome, gracias.

Siete y media de la mañana. Ellos dormidos. Nosotros casi. Dos camas, ya sabemos cuál me toca. La de una plaza. Sí, lo sé, esa es para mí. Cambiate, y a dormir. No, pará. Estás preciosa. Más que de costumbre. Mucho más que de costumbre.

Después de esa mañana, hablé con cosas que jamás me hubiera imaginado. El espejo me contó que fue hermoso. El piso fue testigo privilegiado de eso y me dio algunos detalles. La ropa, así arrugada tal cual quedó, tenía impregnada el perfume de los dos. El químico, suave como siempre, y el propio, mezclados.

El reloj marcó las nueve. El comienzo de todo. Y, por qué no también, el principio del fin.

A veces las primeras veces pueden no terminar siendo tan placenteras como uno desearía...

miércoles, marzo 16, 2005

Las patas de la verdad

Entre tantas cosas, servía para eso.

Entre tantas utilidades que uno le puede encontrar, era herramienta y canal de miradas cómplices, de discusiones encendidas, de momentos placenteros. Sí, también de eso.

Era charla de amigos, de novios, de amantes.

Pero, te repito, también servía para eso. Aunque a vos te pareciera imposible. Aunque dieras por sentado que yo iba a decir constantemente "no".

¿Quién te dijo que yo iba a decir "no"? ¿Te firmé una garantía dormido, entre sueños, después de una noche agitada y llena de caricias, o soñando despiertos un futuro, o dormido imaginando un presente aún mejor?

Sí, aunque hoy te parezca mentira: la mesa también servía para hablar. Para sentarse, de costado o de frente, mirarse a los ojos y decir qué pasa. O qué pasaba. O qué querías que pasara. Para que un posible e imaginable "no" se convirtiera en un "tal vez", o en un "pronto". También para que el presente fuera mejor, como ya te dije.

Hoy parece lejano. Lo es, de hecho y a fuer de sincero. Lo es. Ya está, ya pasó, ya proscribió. Pero tenelo en cuenta: las mesas, por más frías que parezcan, también fueron hechas para eso.

viernes, marzo 11, 2005

De alguna forma, logro hacerlo. Sé levantarme de la cama aunque haya estado meses enfermo y caído. Sé encontrar el almohadón de plumas y evitarlo lo más que pueda. Encontrar objetos perdidos en la alacena, desayunar las mejores angustias que haya y bajarlas con un café poco amargo, nada azucarado, apenas endulzado con las mejores noticias que surjan, con las inócuas sonrisas matutinas de los actores de turno.

Y sé ir a trabajar, sé hacerlo tan bien como se necesite. Sé aguantar. Porque quiero y es necesario. Porque lo quiero y lo necesito. Y aún así siento que caigo, aguantando siento que cedo, luchando siento que pierdo. A veces. Y sangro, empapo los ojos, las manos y los silencios. Los vacíos. Me sumerjo en un sinfín de calendarios inútiles pero que condenan, y con el alma inmersa en un cuarto de fotos y voces lejanas, vuelvo. Sé volver y sé caminar. Poner los pies, el derecho adelante y luego el izquierdo, uno adelante del otro, constantemente, de forma que las piernas acompañen el movimiento y yo avance en el espacio que queda entre tanto vacío, en el tiempo que hay entre tantas esperas.

Y desde esta postura tímida y algo reservada pero risueña, sé ser amable. Sé que el mundo no es culpable de ser tan grande y la gente no tiene la culpa de estar lejos. Sé devolver sonrisas a los que me las brindan y sé abrazar. Casi como te abrazo a vos, quizás con un poquito menos de entusiasmo. Porque sé que entendés que hay diferentes formas de querer, y la mía hacia vos es la más fuerte. Insuperable. Por eso río y por eso lloro, por eso sé levantarme cada vez que caigo, aunque tarde y me cueste, aunque sufra y me duela. Y aunque me vean callado, siento. Y aunque baile desenfrenado, estoy tranquilo. Sueño, sí, no creas que no. Pienso, en serio, no sientas que no. Intento, disfruto. Como se puede y todo lo que se pueda.

Pero ¿quién me dice cómo aguantar? ¿quién me enseña a esperar, a entender? Quizás el tiempo que me doy. Quizás soy yo mismo. Y así es como me respetan y me quieren los que no son tan vos aunque quisiera. Así es como me sienten, me ven, me esperan y me respetan algunas personas. Algunas mujeres no tan niñas como vos ni tan mujeres como mamá. Algunas que saben poco pero lo suficiente de mí, como para quererme y hasta quererte. Como para extrañarme feliz y desearme ideal.

Feliz

De los dos, fui el primero en verte. Es algo muy raro: tu mamá te tuvo nueve meses ahí adentro e igualmente el primero que te vio en el mundo exterior, aparte de la partera, fui yo. Ya te voy a explicar.


Tu mamá fue la primera que te besó, la que te cuidó inicialmente y te dio de comer. Y yo fui el primero que me enamoré de vos.


Ahora ya cumplís dos años. Y no los vas a pasar en esa salita de neonatología donde giraste la cabecita para que te saquemos tu primer foto. La pasarás con juguetes, con amiguitos, con Tuf correteando por ahí, con la tía babosa, con la abuela emocionada y con tu papá contento. Con tu mamá, con tus abuelos y bisabuelos como todos los días, conmigo como en esos encuentros tan especiales que son, con esas miradas cómplices, esos juegos espontáneos, esas risas contagiosas, esos llantos eventuales y esos besos especiales, uno más que el otro.


Dos años. Ojalá yo te pudiera explicar todo lo que significás para mí, palabra por palabra, frase por frase, sentimiento por sentimiento. Gesto a gesto. No puedo, no podría, no lo voy a intentar. Es imposible.


No me alcanzarían dos años para explicarlo y ponerlo en palabras.


Te amo, hija.


Feliz cumpleaños. Eso, "feliz". Más que nunca, "feliz".

jueves, marzo 10, 2005

Esta vez, para vos...


Unicamente por buena mina:

Get well soon !

lunes, marzo 07, 2005

Hoy por la mañana me avisan que, en el transcurso del domingo, me robaron mi contraseña de Hotmail.

Pues si alguien "habló conmigo" durante el domingo por la tarde, o por la noche, o en cualquier otro horario posterior a la mañana, pues sepa que yo no fui.

Por suerte las otras contraseñas ya están a salvo, o al menos aparentemente no tuve problemas.

Lo peor de estos idiotas es creer que por hacer algo así uno o va a cambiar de parecer, o de pensar, o de sentir, o les tendrá compasión, o miedo. Qué se yo.

Y si mi vida para ellos no es satisfactoria, pues no es porque ellos me la hayan dificultado, en realidad yo solito me puse en problemas en tal o cual tema y así estoy, viviéndolos, algunos asumidos, otros medianamente superados...pero nada por culpa de ellos.

Así que ya saben: mi dirección de MSN será otra (de última, la vengo usando muy de vez en cuando) y tengan cuidado, protejan también lo de ustedes.

Salud !

domingo, marzo 06, 2005

6 días

Sí, Luli. Vos contás todos tus días desde que llegaste a este lugar espantoso por momentos y placentero por otros llamado mundo, y yo cuento los días que faltan para poder verte.

Si vos supieras la cantidad de cosas que sienten tu abuela y tu tía por verte, seguramente te sentirías muy feliz. Pero por un tema de nervios, de ansiedad, de evitar sensaciones perjudiciales para vos, por ahora no te podemos decir nada. Pero vamos a hacer todo lo posible porque la pases bien en sólo seis días.

El más feliz de todos siempre va a ser tu papá, o sea yo. Tanto o más feliz que cuando te escucho del otro lado del teléfono, por más que a veces me saludes y te vayas corriendo a ver los dibujitos. ¿Te voy a contar de nuevo todo lo que siento por vos, hija? No creo que haga falta a esta altura.

Yo, mientras sigo contando, como vos, de a poquito, pero al revés. Seis, cinco...

miércoles, marzo 02, 2005

Sólo una historia más...

¿Qué hace que uno se encariñe con la gente? ¿De dónde nace eso? Asumo que es algo innato de esas personas de quienes uno se encariña: uno no tiene bien en claro cómo lo hacen, ni por qué, ni si pasa con todo el mundo o es algo que a uno puntualmente se le aparece como el sol en las mañanas y ahí está, siempre presente. Lo que sí sé es que lo que viene a continuación es real. Tampoco sé bien por qué se me apareció ahora en la memoria, sólo me pregunto qué habrá pasado con él.

Seguramente no era el que más viajaba para trabajar. Tampoco era el único que se esforzaba en su familia, por caso. No era el que más ganaba, de hecho se lo veía bastante triste, acongojado, como si todo lo que hacía día a día no fuera suficiente. Pero se hacía querer. Ojo, no decía nada, ni siquiera era amigo nuestro. Pero nosotros lo sentíamos como propio. Y después de lo que pasó, aún más.

No era más que un chico. “El chico del delivery”, para más datos. Mientras entre Pablo, Guido (las únicas dos personas que alguna vez tuve a cargo laboralmente) y yo nos peleábamos todos los días para saber dónde pedir comida (Pablo, como yo, un amante de la napolitana con fritas; Guido empecinado en pedir ese matambrito a la pizza que yo detestaba, básicamente porque detesto el matambre en todas sus formas), él venía día tras día, o a volantear, o a, efectivamente, traer la comida. Ni su nombre sabía. Bah, sabíamos. Hubo un click, no recuerdo puntualmente referido a qué, que nos hizo hablar más con él, al menos cruzar los típicos comentarios que tres oficinistas intercambian con alguien que trabaja en un rubro totalmente opuesto: carga laboral, día laboral, fin de semana próximo, y poco más.

Un día, vino nuevamente a volantear, como cada tanto lo hacía. Sólo que el menú no era el mismo. Era distinto. El lugar de comidas era distinto. La pregunta caía de maduro: “Perdón, ¿pero vos no laburabas en otro lado?”. “No, no dejé de trabajar ahí, empecé a trabajar en otro lado más”. Incompatibilidad de funciones, diría un alto ejecutivo. Tenía dos laburos, digo yo. Y por qué. “Porque mi señora no tiene trabajo, yo tengo una hijita de un año y medio, y la plata no alcanza, mi mamá tampoco trabaja, y yo me fui del lugar donde antes estaba, que era una funeraria, porque no me pagaban”. Sigo escuchando. “Vivo en Florencio Varela, y me vengo acá todos los días, laburo hasta las cinco de la tarde y después me vuelvo”.

Sólo bastó una cara de preocupación para seguir escuchando: “La verdad que no doy más, viajar tanto me cansa mucho, llego a Constitución y me vengo desde allá hasta Microcentro en bicicleta, a la vuelta hacer el mismo trayecto...cansa mucho”. Una lágrima ajena alcanzó para completar el relato. ¿Qué más? ¿Hace falta decir algo más en esas ocasiones? ¿O callar se convierte en la mejor opción, mirar en la mejor opinión, contener en la mejor decisión? Todo parece indicar que sí. Al menos en ese momento. Pedir un currículum, calmar... mucho más no se puede hacer, o no se debe hacer, o uno quizá no se anima a hacer. Vaya uno a saber.

Esta historia termina acá. Pero quizá un breve análisis empiece desde este punto seguido. El pensar que tantos argentinos y argentinas hacen eso todos y cada uno de los días de su vida. Aquí mismo tienen un ejemplo, corto, esporádico, pero ejemplo al fin: quien suscribe llevó un ritmo similar de vida durante unos meses, donde lo que no sobraban eran los billetes y sí las deudas. Cuando uno choca con estas realidades, pasan dos cosas: pensar en qué injusto en términos de justicia social (vaya paradoja) resulta todo. O qué mal está distribuído todo en nuestro país. O por qué el esfuerzo simula ser tan dispar. Es tan dispar. Sigue siendo tan dispar. Y, por el otro, genera una sensación de satisfacción interior. Esa satisfacción que marca el sentirse afortunado de no correr la misma suerte, al menos por ahora. O de, en mi caso, haber atravesado una dificultad semejante.

“¿Dónde estará ese chico?”, me pregunto. ¿Volanteando? ¿Con otro trabajo? ¿Haciendo ese inmenso viaje desde Florencio Varela a Retiro todos los días? Ojalá que las lágrimas que hoy día se le caigan sean de alegría, y no de esa angustia puta que genera la incesante incertidumbre laboral.

Amén.


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