Las patas de la verdad
Entre tantas cosas, servía para eso.
Entre tantas utilidades que uno le puede encontrar, era herramienta y canal de miradas cómplices, de discusiones encendidas, de momentos placenteros. Sí, también de eso.
Era charla de amigos, de novios, de amantes.
Pero, te repito, también servía para eso. Aunque a vos te pareciera imposible. Aunque dieras por sentado que yo iba a decir constantemente "no".
¿Quién te dijo que yo iba a decir "no"? ¿Te firmé una garantía dormido, entre sueños, después de una noche agitada y llena de caricias, o soñando despiertos un futuro, o dormido imaginando un presente aún mejor?
Sí, aunque hoy te parezca mentira: la mesa también servía para hablar. Para sentarse, de costado o de frente, mirarse a los ojos y decir qué pasa. O qué pasaba. O qué querías que pasara. Para que un posible e imaginable "no" se convirtiera en un "tal vez", o en un "pronto". También para que el presente fuera mejor, como ya te dije.
Hoy parece lejano. Lo es, de hecho y a fuer de sincero. Lo es. Ya está, ya pasó, ya proscribió. Pero tenelo en cuenta: las mesas, por más frías que parezcan, también fueron hechas para eso.
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