El post inconcluso
Una sola anédcota pinta más o menos cierto sentimiento de pertenencia.
Tenía unos trece años, tal vez alguno más, sinceramente no recuerdo. Jugábamos, como todos los sábados, en el último turno de la tanda de tres partidos, los más chicos pagábamos el derecho de piso por ello, sobre todo como visitante. Y, la verdad, no nos parecía un buen plan tener que salir con el micro del club a las 13.30 para el estadio visitante cuando en realidad nuestro partido no empezaba hasta las 18.30. Pues bien, esta semana toca "Morón". Dos partidos consecutivos que contábamos como victorias en el casillero del equipo, y mi tiempo y calidad de juego estaban inalterables.
"No tiene sentido ir con el micro, si es en Morón yo consigo la dirección en el club y nos vamos directo desde casa", me dijiste y así hicimos. Llegamos a la estación, y con la dirección en la mano, empezamos a preguntar por la calle Irigoyen. "Sí, es de acá a unas nueve cuadras, más o menos", fue la primer respuesta recibida, de una señora que tenía cara de ser vecina (no sé por qué pero uno asume que determinadas caras en realidad son de vecinos). Después de nueve cuadras, llegamos a Irigoyen, pero no a la altura correspondiente, entonces la caminata continuó. Ok, llegamos. Irigoyen al 200. ¿Y el club? Nada, del club ni noticias. Hasta que pasa una persona a quien consultamos, y nos dice...
...
Nada, esto iba a ser un post inmensamente largo. Y ahí quedó. Sí, llegamos al club, después de caminar cuarenta y pico de cuadras porque en vez de Hipólito Yrigoyen debíamos haber ido a "Bernardo de Irigoyen", y hablamos más que nunca en ese trayecto, y todo lo que se imaginan. Pero hoy no está. No tenía sentido seguirlo demasiado.
Ya pasaron siete años. ¿Cómo se fue? Ya lo conté el año pasado, basta con revisar el archivo, que gracias a Dios para eso está. Y se lo extraña como siempre, como desde ese día en adelante. La Nochebuena no es tan buena, el Fin de Año se agradece, por propia decisión no hay árbol de Navidad y cada festejo es acompañado por su respectiva lágrima. Y no me pregunto "¿por qué a mí?", sino "¿por qué a mí no?".
En fin, ojalá el 23 pase pronto, ojalá algún día lo decreten como el día más corto del mundo. Por lo menos tendría menos horas en el año en las cuales me sentiría mal.
<< Home