La historia pendiente

Hace bastante que Gisel me pide contar una historia, como yo le anticipara en su blog. Quizá no tenga nada de especial para el común de la gente, tal vez no rompa cánones de comunicación ni de sentimiento, pero para mí es algo muy especial.

Alla por el año 1999, después de haber sido despedido de la empresa donde trabajaba, en esos tres meses en los cuales las noches eran más largas, las mañanas tenían más horas y las tardes siempre eran incompletas, empecé a hablar más con Andrea. Mi amiga Andrea. Platense ella, con unos años más que yo, recuerdo que nos habíamos conocido en un chat, ya ni recuerdo en qué situación, aunque posiblemente, le haya dicho algún que otro piropo para hacerla sentir más cómoda.

Al principio no hubo conexión automática. Ella tenía mi mail, yo el de ella, e intercambiábamos las típicas cosas que por esa época de la net se intercambiaban: alguna que otra cadena de chistes o algo por el estilo, un ppt bastante pobre, y poco más. Cero comentarios sobre la vida personal, trabajo, estudio, etc...

Un día, en un cruce por ICQ, empezamos a entablar otro tipo de charla. Mucho más intimista, mucho más "privada" si se quiere, pero en relación a las cosas que me pasaban en especial. A la falta de mi papá (había fallecido seis meses antes, quizá alguno que otro más), a la forma en la que lo extrañaba, a cómo intentaba cubrir esos huecos de afecto. Poco a poco, ella empezó a contarme que estaba totalmente enamorada de alguien, que ese "alguien" tenía un problema que era bastante grave. Vaya uno a saber por qué no quise preguntar, quizá asumiendo que Andrea contaría algo más y, de esa forma, me participaría de su problema, no por el hecho de encontrarle una solución, sino seguramente por la descarga que implica contarle a alguien un problema, una dificultad.

Ese "alguien" era su papá, y el problema se llamaba cáncer. Sí, otra vez la puta enfermedad. Lo que siguió a partir de allí fueron charlas eternas, realmente eternas, no menos de dos horas todos los días, ella contando sensaciones, yo contando experiencias, tratando de apaciguar, al menos por ese rato, el dolor y la resignación.

Para Septiembre de ese año viajé a La Plata. El abrazo que nos dimos al encontrarnos fue el más grande que yo recuerde. Compartimos toda una tarde hablando, desde el momento en el que me subí a su auto, pasando por su casa, yendo a almorzar, luego a un bar a tomar algo, hasta mi vuelta.

Contar qué pasó después me parece redundante. El papá de Andrea tuvo el mismo final de mi viejo, y yo lamentablemente me enteré de ello en la peor situación que hubiera querido: trabajando, con cero posibilidades de hacer nada salvo un llamado telefónico.

Hoy, hace casi tres años que no veo a Andrea. Parece mucho. Es mucho. Pero los dos sabemos que, de ser necesario, habrá más charlas eternas. Y, de ser necesario, volveremos a abrir el ICQ para contarnos cosas. Por más que nos encuentre las dos de la mañana despiertos.