Good old fashioned lover boy
Creo estar volviéndome lentamente un poco... ¿cómo decirlo? ¿Viejo? ¿Old fashioned? Póngale el nombre que quiera, usted lector que persigue estas líneas buscando algo interesante que mate ese ratito de tiempo libre que le queda. Mire, tan pasado de moda estoy que me atrevo a no tutearlo, o a no tutearte, a vos, a quien seguramente veré este fin de semana, o a vos, que sabés más de mí que yo mismo, o a vos, que hace mucho que no me ves y que solamente te podés imaginar cuántos kilos más tengo a través de las fotos, después de tantos días, meses, e incluso años.
No tuve imagen más concreta de ese pensamiento hasta hace unos quince días. Volvía tarde a casa, después de hacer ya no recuerdo qué (otro problema de la edad: no recordar plenamente qué hiciste hace poco tiempo, aunque también hay gente con menos abriles que los míos que no retiene lo que acaba de cenar), cuando me encuentro con mi hermana en el mismo colectivo, quien volvía de cursar. Al rato, suben varios chicos de la secundaria, entre ellos una niña (¿cuántos tendría? ¿Quince? ¿Dieciséis?) con unas lolas descomunales y con un “irse” que sería la envidia de J-Lo, de Angelina Jolie y de unos cuantos gatos nacionales a esa edad. A mi hermana, por una cuestión lógica (tanto hormonal como generacional) pareció no importarle, pero yo me quedé pasmado. Y si bien habrá alguno que dirá (perdón pero hoy me senté a escribir sin prurito alguno) “¡qué tipo pajero!”, yo me asombré con otra cosa.
Sí, señores, no soy sólo yo quien lo piensa: “en mi época” (otra frase que denota años y alguna cana que inmediatamente se saca de la cabellera negra) las chicas de esa edad no tenían ni lolas ni cola (¡carajo, mierda!) Es así, aunque muchos de menos añitos y sin canas en el marote crean lo contrario. Sí, por supuesto, había chicas muy bonitas, casi inocentes por esos años, en los que dar un pico era un acto de osadía rayano a la locura, ni hablar de tocar una cola o una lola. Pasar a un reservado era algo para pocos, prácticamente que uno lo tomaba como un trofeo de guerra, se lo contaba a los amigos en una actitud que recién ahora comienzo a no entender, y terminaba vanagloriándose de ese tipo de triunfos. Bien, hoy los chicos vienen con otra cáscara, las niñas de esa edad tienen todo en su lugar, con o sin pull-ups, y los chicos no tienen idea qué significa la palabra “reservado” (y claro, si no les importa en absoluto dónde apretar con la chica de turno).
Siguiendo con ese mismo viaje hacia Tierra Santa (Villa Domínico), escucho a estos mismos chicos decir que el sábado pasado habían estado en “alta fiesta”. ¿Qué es eso? ¿Salieron con jugadores de la NBA? ¿Se enfiestaron a dos chicas incluídas en el libro Guinness? Momento....Ah, ok, son vocablos, modismos actuales. Pues a veces me doy cuenta que no estoy a la misma “altura” (valga el juego de palabras) de las tendencias actuales.
Ni hablar de la música. Ví poquito, casi nada del Live 8, y me emocioné con “Save a prayer” de Duran Duran, como siempre, como casi siempre. Y otros escuchan Razorlight, les encanta The Killers, no saben quien es Sting o en qué banda tocó hace veinte años.
Tengo millones de ejemplos más para demostrar que los años no pasan solos, que tanto en el cuore como en el alma, los calendarios me empiezan a pasar factura. No solamente a mí, también al resto de mi generación. Eso: ¿estoy tan seguro que al resto de mi generación le pase lo mismo que a mí?
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