De repente comenzó a hacerse preguntas que jamás había pensado. Qué era, quién era, cuál era el sentido de su vida. Cuestionaba si ése era, efectivamente, su lugar en el mundo. Miraba alrededor buscando cosas que le pertenecieran. Veía mucha gente alrededor, pero se encontraba solo a la vez. Percibía olores y aromas familiares, pero ninguno le generaba verdadero apego. Miraba fotos de gente que creía tener cercana, pero que interiormente sabía que podían ser únicamente pasajeros ocasionales en el mismo tren.
Así empezó todo. Cuestionándose una y mil veces cosas que le sucedieron, cosas que le sucedían, y cómo podría ser todo después de un borrón y cuenta nueva. Imaginó otro lugar, un "verdadero" lugar en el mundo, donde todo estuviera acomodado a su propia (y nueva) realidad. Donde poder proyectar, respirar otro aire. Donde el tren se llenara de compañeros permanentes, no ocasionales. Donde la palabra "vida" tuviera otro sentido. Donde las cosas sí les pertenecieran, donde los aromas y olores no sólo le resultaran familiares, sino concretamente propios. Con otros paisajes, quizá con otro idioma. Con la persona que desea tener tomada de la mano.
Su trabajo había comenzado a ser mínimamente más placentero que al inicio. O al menos no le traía tantas complicaciones como al empezar. Ya se sentía afianzado, por momentos casi que sobraba las situaciones al conocer todos los secretos de sus tareas. Y cuando se veía en problemas, siempre encontraba una solución, en parte por contar con una buena cuota de fortuna, en parte por preocuparse en resolver ese conflicto. Por cierto, el ambiente laboral le resultaba agradable por primera vez en mucho tiempo, la relación con su jefe había mejorado ostensiblemente y ya no sentía esa presión en el pecho que habitualmente se traduce como "no tengo ganas de ir a trabajar". Sacrificado era viajar cuatro horas por día para presentarse a las ocho de la mañana y, en algunas ocasiones, especialmente cuando sus responsabilidades sociales así lo requerían, llegar a las doce de la noche a casa, eso sí, ya cenado. El descanso físico nunca le resultó tan necesario como el descanso mental, ese tiempo imprescindible para cualquier persona que se digne de serlo.
Por cierto, sí había algunas frustraciones. No muchas, algunas. Lo suficientemente importantes como para querer olvidar algunas, al menos detalles negativos de esas experiencias. De novio, "juntado", con una hija tan bonita como la mía. O más aún. Con una frustración propia, esa de casarse con alguien y que no funcione. Casi como me pasó a mí. Con una frustración compartida, esa de conocer a la persona correcta en el lugar correcto pero en el momento equivocado. De sentir un imán único....pero que no une los metales. Que hace fuerza, pero que no une. Eso, exacto: que atrae, pero que no une.
Un día, contó todo esto. Todo esto que yo resumo en algunas líneas. Alegrías, frustraciones, pros y contras de su vida. Miró a sus compañeros de vagón y pensó que los echaría de menos. Pensó en su hija, en lo linda que es y en todo lo que la necesita. Analizó las ventajas y desventajas de su trabajo, de su casa, de su familia, de los que están y de los que no están. Y de los que no están pero están. Y de los que nunca estuvieron, aunque para la vista pareciera que están. Analizó todo. Una y mil veces. Imaginó películas con finales inciertos, inesperados, sacados de contexto. Y tampoco mentiría en esto: jugó una vez más con su imaginación, tratando de descifrar cómo se sentirían esas personas que lo rodean al conocer que él tomaría otro rumbo en su vida.
Aún no sé qué hizo. Si modificó su vida en definitiva o no. Entiendo que me debe aún una ronda de mates para contarme el final de la historia.
(Continuará...)
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