Gracias Pepe
A las seis de la tarde del primer lunes de un setiembre de fríos, un padre llegó de la oficina, atrapó entre dulzuras la mano izquierda de su hijo de cinco años, caminó tres cuadras largas y desembocó, puro entusiasmo, en una escuelita de fútbol. Un profesor lo recibió entre gentilezas y le ofreció un par de informaciones. Pero el papá lo interrumpió amablemente y le detalló un propósito. Este: "Yo quiero que mi hijo sea como Pepe Sánchez". El profesor advirtió que un asombro le cruzaba el cuerpo y, casi sabiéndose obvio, habló: "Pero Pepe Sánchez es basquetbolista, un gran basquetbolista de la Selección Argentina. Y esta es una escuelita de fútbol".
El padre le apoyó una mano en el hombro, le aclaró que distinguía un deporte de otro y volvió a decir: "Yo quiero que mi hijo sea como Pepe Sánchez". En busca de una lógica, el profesor ensayó otro análisis: "Creo que le entiendo. Usted quiere que sea en el fútbol como Pepe Sánchez es en el básquet, o sea un estratega, alguien que combina como pocos la inteligencia y la energía, un fabricante de espacios donde parece que no hay espacio. Bah... un crack". Relajado, el padre oyó con paciencia y también tuvo respuesta para eso: "No, le agradezco. Admiro a Pepe Sánchez, pero yo no podría exigirle tanto. No sería justo ni para mi hijo ni para usted". Se le notó en las pupilas: el profesor se rendía. Lo advirtió el padre que enseguida se explayó: "¿Usted vio el partido que Argentina perdió contra España en el Mundial de Japón? ¿Vio el final? A Pepe Sánchez seguro que le dolía en el alma la derrota, pero fue y, como un caballero, saludó a los jugadores de España que conocía. ¿Y vio cuando Argentina perdió con Estados Unidos? El mismo Pepe Sánchez, aun con otra tristeza, dijo palabras mayores, dijo que en el deporte hay que saber ganar pero también hay que saber perder, y que los rivales habían jugado mejor. Eso es todo: por eso yo quiero que mi hijo sea como Pepe Sánchez". El profesor respiró aliviado y le prometió al padre que así serían las cosas. Entonces, el chico se quedó feliz y jugando. Para ser como Pepe Sánchez. Para aprender que eso es, de verdad, el deporte.
El padre le apoyó una mano en el hombro, le aclaró que distinguía un deporte de otro y volvió a decir: "Yo quiero que mi hijo sea como Pepe Sánchez". En busca de una lógica, el profesor ensayó otro análisis: "Creo que le entiendo. Usted quiere que sea en el fútbol como Pepe Sánchez es en el básquet, o sea un estratega, alguien que combina como pocos la inteligencia y la energía, un fabricante de espacios donde parece que no hay espacio. Bah... un crack". Relajado, el padre oyó con paciencia y también tuvo respuesta para eso: "No, le agradezco. Admiro a Pepe Sánchez, pero yo no podría exigirle tanto. No sería justo ni para mi hijo ni para usted". Se le notó en las pupilas: el profesor se rendía. Lo advirtió el padre que enseguida se explayó: "¿Usted vio el partido que Argentina perdió contra España en el Mundial de Japón? ¿Vio el final? A Pepe Sánchez seguro que le dolía en el alma la derrota, pero fue y, como un caballero, saludó a los jugadores de España que conocía. ¿Y vio cuando Argentina perdió con Estados Unidos? El mismo Pepe Sánchez, aun con otra tristeza, dijo palabras mayores, dijo que en el deporte hay que saber ganar pero también hay que saber perder, y que los rivales habían jugado mejor. Eso es todo: por eso yo quiero que mi hijo sea como Pepe Sánchez". El profesor respiró aliviado y le prometió al padre que así serían las cosas. Entonces, el chico se quedó feliz y jugando. Para ser como Pepe Sánchez. Para aprender que eso es, de verdad, el deporte.
(Diario Clarín, 7 de septiembre del 2006, artículo escrito por el periodista Ariel Scher)
Este sitio no tiene un nombre antojadizo. Fue creado hace casi cuatro años con ese nombre, "Shooting for 3" (tirando para tres), relacionado al eterno amor que tengo por el básquet. Incluso más que por la música. Pocos días antes de la creación del mismo, MI selección (LA SELECCION) ganó la medalla dorada en básquetbol, ganándole a Italia. Y dos años antes, me provocó la mayor alegría deportiva de mi vida: ganarle a los NBA en el propio patio de su casa. Por primera vez en la historia, los NBA salían derrotados de una cancha. Y eran ellos, NOSOTROS, los responsables.
Ese día, Pepe jugó como no se puede jugar virtualmente. Sí, porque así no se puede jugar. Los que más o menos entendemos "algo" de este deporte (creo entender, es más, creo que es en lo único en lo que puedo jactarme como "entendido" y especialista) sabemos que lo que jugó Pepe ese día no tiene nombre. Y cuatro años después, en el Mundial de Japón, pasó lo mismo, pero en todo el torneo. Y no fue menos su aporte en el Juego Olímpico de Atenas 2004.
Aquella vez, en 2002 y después del subcampeonato, Pepe no fue a la recepción preparada para el plantel por el entonces presidente, Eduardo Duhalde. Cuando le preguntaron el motivo de su ausencia, con clase y sinceridad dijo que no podía ir a una recepción de ese tipo, por más que la preparara el presidente, ya que no era un presidente elegido por el pueblo, y que él no se sentía representado por ello, pero que entendía a sus compañeros de equipo. Un grande.
Pepe, esa noche del 4 de septiembre del 2002, así como esa tarde de sábado en el partido con Italia, me (nos) hiciste llorar como no recuerdo. Pedí que me pellizquen literalmente, para saber si era cierto lo que veía. Y hoy me pasa algo parecido, recibo con dolor la noticia de tu alejamiento de la selección.
Una vez más, me hiciste lagrimear.
Gracias Pepe, por todo, por TODO. Creeme que te voy a extrañar mucho.
2 Comentarios:
Ufff, la puta madre. Si me acordaré de ese día. Y eso que yo entiendo poco y nada.
Qué grande que es.
Igualito que los jugadores de fóbal actuales: cuando ganan salen coriendo a buscar cámaras y micrófonos... cuando pierden no les preguntés ni la hora ni por donde pasa el 168 porque te putean!
LAMENTABLE. PATETICO.
Saludos, Javi!
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