Balancita de recuerdos
Sí, te extraño. Y es raro que te extrañe. O, como mínimo, carece de lógica que me pase eso.
Que te extrañe no significa que haya cambiado de parecer. En absoluto. De hecho, sigo pensando lo mismo: "De la que me salvé", después de esa charla que tuve con alguien a quien vos querés mucho. Pero te extraño. No me preguntes por qué, creo ni yo mismo saberlo. Tampoco intento saberlo, no intento ahondar en recuerdos que pueden ser dolorosos por demás. Prefiero darle bola a las cosas positivas que me quedaron. Y tal vez eso hace que te extrañe.
¿Y qué extraño? Las charlas, el humo del cigarrillo, nuestros diez minutos eternos para saber qué cenar los viernes a la noche, el manejo del control remoto, tu devoción por esas películas impresentables de Hallmark. ¿Cómo te puede gustar Marc Anthony? Nahhh... y sí, lo extraño. Extraño que me mires el número imaginario de la camiseta en un uno contra uno, extraño que me des la zurda porque sabés que no es mi mano hábil. Extraño la planchita del pelo. Extraño cocinar. Extraño. Pero no sé bien por qué.
Extrañarte no significa querer modificar nada, en absoluto. Tampoco implica, al menos en este caso, una expresión de deseo. Sólo exteriorizo qué me pasa. Y no comprendo bien por qué me pasa. No debiera de ser así. Pero extraño. Y el hecho que los recuerdos positivos, al menos por estas horas, le ganen la pulseada a los negativos, creeme que ya es mucho. Demasiado en esta cabecita llena de recuerdos, y a la que muchas veces le cuesta eliminar data del disco rígido.
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