Cuatro paredes
Y es eso, y debiera ser eso. Y me encuentro que es mucho más que eso. Son 24 meses, es una pareja, es una novia, es un amor. Es una hija, es mi hija. Es limpiar los pisos de lágrimas, de sangre por algún golpe, de perfume que cayó en un momento de caricias y juegos. Es jugar con lo lindo y con lo feo del recuerdo. Con lo aceptado y lo negado, con el sí y con el no.
Es lugar de risa y de discusión, es encuentro de amigos, es visión de pareja. Es risa, es llanto, es enojo, es paz. Es calor y frío al mismo tiempo. Es mirar al blanco y encontrar todos los colores. Es revisar papeles y sorprenderse, es leerlos y mirar hacia atrás en retrospectiva. Es lamentarse, enorgullecerse. Es saber y desconocer. Es correr de la cocina a la habitación en señal del mejor juego del mundo: el de ella y su papá. Es arquero de sonidos agudos de felicidad, de susurros placenteros, de llantos desconsolados. Son comidas exquisitas, son bebidas frías y calientes. Son charlas de café, son tortas caseras. Hasta esas pavadas.
Cuatro paredes. Son cuatro paredes, un par de ventanas, una puerta, un juego de llaves. Un teléfono que sonó de todos lados, a toda hora, para todo el mundo. Y esas cuatro paredes, y esos 24 meses, son parte de mi vida, gran parte de mi vida. Quizá por eso, y por otros motivos que no sólo no puedo consignar, sino que no me sale consignar, es tan difícil decir "chau". Y tal vez por eso, y por otros motivos más, pienso hoy que esas cuatro paredes sienten tanto o más que yo. Aunque no derramen lágrimas, ni tengan la posibilidad de hacerme escuchar un "adiós".
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