Game over
Estoy bien. Pero angustiado.
A mis 28 años aún me cuesta tomar ciertas decisiones. Cuando tomo decisiones, estoy convencido del motivo que las generan, y también del efecto colateral que concatena esa decisión. Decidirse no sólo es un paso adelante, no sólo es tomar partido y pararse de este o de aquel lado de la calle; también es responsabilizarse por los actos anteriores, actuar en concordancia con lo que uno piensa, al menos para mí.
A esta edad decidir ciertas cosas me saca pesos de encima. Me alivia de presiones, genera esos borrones y cuenta nueva que mi mamá dice que tan bien sé hacer. Pero también, en la previa, me revolotean las dudas, el cielo se me llena de nubarrones y yo no sé si salir de veranito o ponerme impermeable y desempolvar el paraguas medio roto que está en la pieza.
Hoy día me tengo que decidir, una vez más. Creo estar decidido. Creo saber que pasé mucho tiempo empeñándome en que algo salga bien, para que en definitiva, eso no pase. Creo haber llorado inútilmente por algo y por alguien. Creo haber puesto énfasis en las palabras y acciones justas, aún sabiendo que siempre iba a llevar las de perder. Considero haberme arriesgado por lo que me parece lógico, pero no justo.
Estoy seguro que siempre quise separar las aguas, pero no me entendieron. La realidad de mi mundo es, decididamente, distinta a la del resto. Hablamos otro idioma, conjugamos distintos verbos, en distintos tiempos. Vamos a contramano. Yo aflojo, del otro lado tiran. Cuando tiro, me culpan. Ha sido constantemente así. ¿Por qué esa tendencia debería de cambiar? No lo sé. Pero no quiero más. No me quiero empeñar más, no quiero llorar más, no pretendo ser nunca más claro en mis palabras, al cabo no voy a cambiar nada. No me quiero arriesgar más, nunca más. No habrá una segunda oportunidad para separar las aguas, ni intentaré explicar la realidad de mi mundo. No quiero ir a profesores que me enseñen otro idioma, mis necesidades no requieren de profesores de castellano que me enseñen a conjugar verbos en tiempos distintos al mío. Ya no.
No quiero sentirme más el camaleón de turno que cambia, que cambia, y que cambia de colores; para que en definitiva la realidad me muestre que es todo negro, y que no hay chance para mis colores.
Ya está. Hasta acá llegué.
Perdón, pero no puedo más.
Game over.
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