Cinco segundos
Es muy complicado explicar cosas que uno ve, porque por más puntillosa que intente ser la exposición de lo visto, todo parece ser chico.
Más si se trata de la sonrisa de tu hija.
Posiblemente más adelante la vean, ya que está en video, pero les hago una breve reseña: Estaban todos sus amiguitos reunidos alrededor de la mesa, mirándola a ella, a la torta con la decoración en formato vaquita de San Antonio, y a las velitas. Sopló por primera vez, pero no todos cantaron. Entonces repetimos. La segunda vez fue aún más imperfecta: las velas se apagaron repentinamente y el intento fue trunco.
La tercera vez, las velas se encendieron a pleno. Allí cantaron todos al mismo momento, al unísono, como debe ser. Ella me miró, miró a su mamá, observó como todos alrededor esperaban al final de la canción para, luego de su soplido, aplaudir, y mostró una sonrisa que no le ví nunca. Los oyuelos heredados de su abuelo paterno se le marcaron como nunca, y yo sabía, la mamá sabía, en realidad, todos sabíamos, que era plenamente feliz.
No puedo precisar por qué me contuve. Quizá eran más las ganas de seguir disfrutando que la emoción en sí. Esos dos, tres, cinco segundos en los que tuvo la cara más linda y el corazón más lleno de felicidad valieron los 1600 kilómetros en 72 horas, el dormir pocas horas, el correr de acá para allá para que todo salga bien, para que no faltara nada. Allí sentí que no me faltaba nada, que lo que quería ver lo había visto, pero fundamentalmente, que lo que quería sentir lo había sentido. Sí, me sentí el papá y el hombre más feliz del mundo.
Fotos hay muchas, videos algunos y audios otros tantos. Las fotos ya saben dónde buscarlas, para los videos quienes estén interesados (los dos o tres de siempre) deberán esperar un poco más. Y a los dos o tres interesados de siempre: sí, fui feliz. Ojalá algún día tengan un hijo o hija para poder experimentarlo.
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