Holes in my place (O cómo intentar cubrir espacios y no morir en la prueba...)
El living comedor de mi departamento mide aproximadamente 4,50 mts. de largo por 3 metros de ancho. Y mi cama es de dos plazas, como la gran mayoría de los catres argentinos.
Ambas cosas, sin embargo, parecen mucho más amplias. Los 4,5 x 3 se parecen a una estancia muy grande, llena de... nada. La cama se asume como terreno inexplorado, infinito. Soledad que entristece. Vacío que duele, lastima, golpea. Vacío que me devuelve a la realidad.
Tanto el vacío como la soledad son, hilando fino, elecciones. Al menos para mí. Lo que no quita que no duelan, que no afecten. Durante el día, las obligaciones, el escaso tiempo y mis "otras" relaciones humanas me abstraen de toda sensación de soledad desesperante. Pero a la noche, cuando los mates son el champagne diario, la tele es la única que habla y no hay pies para gambetear, la casa es muy distinta. Muy distinta.
Vivir solo tiene sus privilegios. No tener la presión de nadie, manejar tus propios tiempos, sentirte anfitrión absoluto. Pero para alguien que no está acostumbrado a la soledad, asoma como un duro golpe a su integridad.
El living seguirá midiendo lo mismo, y la cama seguirá teniendo el mismo colchón viejo. Pero, a su vez, todo seguirá siendo aún más grande. Sobre todo mi soledad y mi vacío.
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